Diario de una chica celíaca, vegetariana y en recuperación de TCA.

Últimamente me preguntan cómo llevo lo de ser celíaca. Ponen incapié en el hecho de que además soy vegetariana. La verdad es que lo llevo bien.

El problema no es la dificultad que suponga, porque es difícil pero no imposible. El problema es ser la amiga del grupo que pone pegas con la comida cuando salen (otra vez). El problema, sobre lo que nadie me ha preguntado, es cómo llevo saber que hay alimentos que pueden hacerme tanto daño al aparato digesetivo (ya dañado durante años de restricciones y vómitos), cómo llevo eso de tener miedo a la comida otra vez, después de todos estos años haciéndolo y habiéndolo superado poco a poco.

El otro día me pusieron una ensalada por delante. Lo más simple del mundo, imposible de contaminarse, diría cualquiera. Yo me pasé quince minutos mirándola porque había un ingrediente que me generaba inseguridad. Empecé a comerla por el otro lado, porque estaba cada cosa compartimentada en el plato (esto de por sí fue un detonante, un recuerdo de esa obsesión por clasificar los alimentos en el plato y comerlos en cierto orden). De repente empezó a volverse difícil masticar, y luego respirar.

Me pregunté si sería así siempre, el miedo. Si siempre tendría que pensar en que algo que estoy comiendo podría hacerme daño. Y ese pensamiento llevó a desatar recuerdos e impulsos. De repente se me hizo difícil comer incluso la lechuga que estaba en el lado opuesto del plato. O el tomate, que me encanta. Noté que el vinagre que llevaba no lo conocía. Algunos vinagres llevan gluten. Pregunté, no llevaba. Pero daba igual, porque ya no podía masticar y mis ojos se estaban humedeciendo. Lloré.

Me pregunté si siempre sería así. Si siempre habría momentos en los que sería difícil comer, sobre todo ahora que existe un detonante fácil y familiar: el miedo a la comida.

Al final, ese ingrediente del que dudaba al principio era seguro. Al final, unos chicos empezaron a tocar la guitarra y a cantar (flamenco, que siempre ha sido mi chaleco flotante) y pude respirar.

No me terminé la ensalada, pero sí comí un poco más. Y disfruté del tomate.

Muchos se preocupan por añadir el ser vegetariana, que lo he elegido yo, a la enfermedad celíaca, que me ha tocado. Nadie sabe que dejar de comer animales me ayudó a aprender a disfrutar de la comida de nuevo. Nadie me pregunta cómo llevo ser celíaca cuando estoy superando un trastorno de la conducta alimentaria que lleva extendiéndose diez años.

Lo llevo como puedo. Como siempre he hecho. Con esfuerzo y ganas de sobrevivir.


Yo.


Comida que sí disfruté 100%



Texto e imágenes: Alba Amador

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