CUANDO LA GENTE JOVEN PIENSA EN LA MUERTE. Texto de opinión por Alba Amador.

A las personas jóvenes se nos tiene prohibido pensar en al muerte. Los adultos creen que no debemos pensar en algo tan lejano y triste. No se les ocurre una sola razón por la que deberíamos estar triste. No se les ocurre un sólo problema que podamos tener ¿Por qué iba alguien, en los mejores años de su vida, pensar en la muerte? Bueno, quizás sea el mejor momento de nuestras vidas, pero eso no significa que sea fácil.

Pues resulta que yo he pensado mucho en la muerte y estoy completamente convencida de que no soy la única. Porque, en primer lugar, la muerte no es algo lejano, tenga uno la edad que tenga, y porque, en segundo lugar, no es algo triste, sino un hecho; y no es raro ni está mal pensar en ella, ni es peligroso.

Muchos se asustan cuando un joven se interesa por algo que tenga una mínima relación con la muerte. Recuerdo que un día, hace años, por un libro que había leído, me interesé por las últimas palabras dichas por personajes célebres antes de morir, y mi padre me dijo que no era normal que yo pensara en algo así. Más que preocupado, parecía enfadado. Pero yo no entiendo por qué todos se asustan cuando una persona joven piensa en eso.

En realidad, ser joven no es nada fácil. Como se dice en una película que he visto recientemente -Chemical hearts-, la adolescencia es un limbo situado justo entre ser un niño y ser un adulto. Y yo creo que es una palabra totalmente acerada: limbo. Cuando eres joven y vives en ese limbo, no sabes lo que sientes, no sabes lo que piensas y mucho menos sabes lo que quieres. Y, por supuesto, no eres feliz todo el tiempo, y eso es un hecho, no hay que escandalizarse. 

Pero nos escandalizamos. Bueno, nosotros no, los adultos. Los adultos se asustan, se enfadan y gritan cuando un adolescente tiene la osadía de sentir algo mínimamente más pronfundo que cualquier emoción que esté en la superficie de las emociones adolescentes en la que, según ellos, debemos mantenernos. Y entonces tendemos a contentarlos fingiendo que estamos contentos flotando en esa superficie y nos vemos obligados a esconder lo que realmente sentimos. Y entonces es cuando las cosas se ponen feas. Entonces es cuando realmente hay que preocuparse.

No es malo ni peligroso que una persona joven piense en la muerte o en cualquier otra cosa que sea triste, difícil, diferente o profundo. Los jóvenes también tenemos dudas, preocupaciones, nosotros también nos cuestionamos la existencia, también nos planteamos cómo sería no dejar de existir; y eso no es malo. Lo malo es que se nos obliga a callar, a esconder lo que sentimos porque se supone que sólo tenemos que vivir la mejor etapa de nuestras vidas. Y en realidad, nosotros somos los que con más razón podemos perdernos en emociones varias, estando en ese limbo en el que estamos.

Al final, por intentar que seamos felices, que vivamos esa etapa que seguramente ellos no vivieron porque estaban demasiado preocupados en vivirla, nos hunden más de lo que nos hubiera hundido el simplemente dejarnos llevar, cuestionar y pensar; al final consiguen lo que estaban intentando evitar.

Y el ciclo sigue y se repite. Esto es lo que pasa cuando la gente joven piensa en la muerte. Bien, pues voy a decir algo: sí, yo pienso en la muerte, pienso en cómo sería dejar de existir, en qué ocurriría si eso pasara, pienso en qué es la vida, en qué ocurre antes y después de ella, y también durante. También siento. Siento dolor y tristeza, me hundo. Yo, como persona joven, también puedo preocuparme. Y estoy harta a que se me reduzca a un círculo general de jóvenes que no ven más allá de la botella que tienen en la mano. Puede que sí estemos en el mejor momento de nuestra vida, pero eso no significa que sea fácil.

Esto es algo que quizás ya se me ha pasado. Yo ya me encuentro un poco más dentro de esa edad, ese momento en el que ya se te permite sentir. No creo que sea por mi edad, sino más bien por las cosas que he vivido. Pero esto es algo en lo que he pensado desde que tenía catorce años. Y por fin he podido encontrar las palabras que me permitieran, mínimamente, expresarlo.


Texto de opinión por Alba Amador.

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