¡Feliz año nuevo! Relato corto número uno. Alba Amador.

 



Cuadro de Fabián Pérez.


— ¡FELIZ AÑO NUEVO!

La masa de gente comenzó a moverse de un modo casi peligroso. Todos se abalanzaban los unos sobre los otros, dándose besos y abrazos que, seguramente, estaban cargados de hipocresía y falsa alegría. Siempre pasaba igual: cuando llegaba el final del año, todos ponían en sus caras unas sonrisas perfectas y se deseaban mucha felicidad unos a otros, entre gestos de cariño fingido y palabras de amor barato.

Aprovechando que la gente estaba ocupada contando sus deseos y expectativas para el próximo año a completos desconocidos y deseando mucha felicidad a gente que no volvería a ver hasta el treinta y uno de diciembre del siguiente año, o más bien de ese año, pues ya era uno de enero, se encaminó abriéndose paso a empujones y palabrotas hasta la barra de aquel casoplón de campo en el que se reunía la gente del pueblo a despedir el viejo año y dar la bienvenida al nuevo.

La barra estaba vacía, pues todos estaban concentrados en el centro del gran salón. Estaba segura de que allí no se podía ni respirar. Se apoyó en la barra y miró con expresión aburrida a los camareros que se felicitaban entre ellos, esperando a que alguno de ellos le prestara atención. Pero ellos seguían a lo suyo.

— ¿Perdona? —Nada. Ni una sola mirada. Carraspeó antes de volver a hablar más alto—. ¿Perdona?

Uno de ellos se giró y ella pensó que la había escuchado, pero sólo estaba buscando a otro con la mirada para luego acercarse a él y gritarle:

— ¡Feliz año!

Ella, recostada ligeramente sobre la barra, resopló.

— ¿Necesitas ayuda?

La pregunta había procedido de una voz a su izquierda. Se giró y se encontró con un joven más o menos de su misma edad, sólo unos centímetros más alto que ella y con una sonrisa que hubiese brillado aunque no hubieran colocado tantas luces de colores en el techo. La verdad es que se habían pasado un poco con la decoración.

— Pasan completamente de mí —hizo un gesto hacia las personas que debían estar atendiendo la barra.

El chico de pelo castaño oscuro y ojos marrones intensificó su sonrisa, como si aquello que le acababa de decir fuese algo muy gracioso.

— Es normal. Es año nuevo.

Ella puso los ojos en blanco, pero no dijo nada más. Volvió a girarse hacia los camareros e intentó hacerse oír a través de los gritos del centenar de personas que había allí reunidas. Nada, no hubo respuesta.

El chico carraspeó a su lado antes de gritar:

— ¡Paula!

Una de las camareras, bajita y con curvas, se giró y esbozó una intensa sonrisa cuando se encontró con la persona que la había llamado. Se acercó a la barra y exclamó:

— ¡Feliz año, Pablo! ¿Has visto ya a mamá?

— Igualmente. Aún no —el joven negó—. Supongo que estará en todo el meollo —señaló a la masa de gente con la cabeza.

Bueno, pensó la chica que observaba aquella conversación, al parecer son hermanos.

— ¿Qué te pongo?

El tal Pablo se giró hacia su acompañante con una ceja levantada.

— Un Whisky escocés, por favor —respondió ella mirando a la chica que parecía llamarse Paula.

— Marchando.

Pablo la miró con las dos cejas levantadas mientras su hermana preparaba la bebida.

— Buena manera de empezar el año. Yo soy Pablo, por cierto —extendió un brazo hacia ella.

— Yo Marta —dijo asintiendo una vez con la cabeza y estrechándole la mano.

— Feliz año, Marta.

Marta puso los ojos en blanco antes de musitar un "igualmente" que provocó una sonrisa en el chico.

— ¿Eres el Grinch en persona?

— El Grinch es para el día de Navidad. Estamos a uno de enero. Es sólo —continuó— que no entiendo esa necesidad de ir felicitando a todo el mundo, a gente que ni conoces.

Paula volvió con un vaso corto y ancho lleno a la mitad y con dos hielos. L0 dejó en la barra y esbozó una sonrisa antes de marcharse.

Pablo seguía sonriendo intensamente al lado de aquella chica que acababa de conocer. Era alta y tenía el pelo de un color castaño claro recogido en un moño despeinado. Llevaba un vestido holgado de color negro y un abrigo largo de lana también negro que le llegaba por las rodillas. En sus pies, uno de los cuales zapateaba el suelo con gesto aburrido, llevaba unas botas de tacón de piel sintética, también negras.

— Es por educación —dijo él, alcanzando un taburete y sentándose.

Ella lo miró por un momento confundida, como si no entendiera a qué estaba respondiéndole, y luego rodó los ojos.

— Bueno, en tu caso sí, pero mira a esa gente —dio un giro de ciento ochenta grados, colocándose de espaldas a la barra y apoyándose en ella, señalando con una mano toda la estancia—, estoy segura de que la mitad no se conoce y la otra mitad se odia. Sin embargo, ahí están —los señaló esta vez con la mano en la que sostenía el vaso y luego dio un trago antes de continuar—, deseándose mucha felicidad para luego pasar el resto del año sin acordarse de la existencia de los otros o criticándolos. Es pura hipocresía.

Pablo escuchó atentamente su discursito desde el taburete, con un brazo apoyado en la barra y el cuerpo girado hacia aquella chica que tanto le recordaba a su novia. Y así se lo dijo, con un intenso asentimiento de cabeza:

— Me recuerdas a mi novia, ella también tiene mucho que decir.

Y era verdad. Aquella joven tan bajita como su hermana Paula, con la que se llevaba genial, que le había robado el corazón hacía ya tres años, tenía una personalidad intensa, de esas que se dejan ver sólo con su forma de andar o de entrar a un lugar, como si no le interesase lo más mínimo estar allí pese a que las personas que allí estaban sí tenían mucho interés en ella. Esa chica era un torbellino que tenía muchas opiniones sobre la vida pero no el tiempo suficiente para exponerlas.

Marta parecía ser igual, con su postura desenfadada, apoyada contra la barra colocada en una pared del salón de aquel casoplón, pero con una mirada seria que se limitaba a ir de un lado a otro sin realmente ver nada, sin interés, como si ella estuviera hecha para estar en otro lugar en aquel momento.

— Yo no tengo mucho que decir.

— Ella también cree que no tiene nada que decir —se encogió de hombros—, pero al final siempre tiene una opinión sobre algo.

— Pero es que yo no tengo nada que decir —insistió.

El joven levantó la mano hacia su hermana y, cuando esta se acercó, pidió una copa de champagne. Cuando la tuvo entre las manos y le dio un sorbo, imitó a Marta y se giró completamente hacia la muchedumbre, que ahora comenzaba a dispersarse y a volver a sus intereses reales, a las personas con las que realmente tenían alguna relación más profunda o, directamente, a recoger sus cosas para marcharse de allí.

Miró a su compañera de bebida, esperando ver que ella también se disponía a buscar a alguien o a marcharse de aquí. Pero, contra todo pronóstico, la chica estaba acercando un taburete para sentarse ella también.

— ¿No tienes nadie con quien ir?

Ella negó lentamente con la cabeza antes de mirarlo.

— Completamente sola —alzó su vaso a modo de brindis y dio el último trago, para luego dejarlo en la barra y pedir que lo volvieran a llenar. Los camareros volvían a estar pendientes de la gente, aunque no había muchas personas en la barra, sólo algunos que pedían, pagaban y se iban—. ¿Y tú? —preguntó mientras esperaba a que rellenaran su vaso—. ¿No tienes que volver con tu madre? —señaló a toda la gente que había delante de ellos.

— Creo que ella está bastante entretenida.

El joven señaló con su copa a una mujer de unos cincuenta años que hablaba animadamente a unos pocos metros de ellos con un señor algo mayor que ella. Ella rio como respuesta a algo que él le había dicho y posó su mano en el brazo del hombre, un gesto cariñoso.

— ¿Ese es tu padre? —preguntó Marta.

Pablo negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa, y le dio un sorbo a su champagne.

— Pues está ligando con él. A tu padre no le hará mucha gracia.

Le dieron su vaso relleno y le dio un sorbo.

— Lo dudo mucho. Hace años que ya no puede verla.

Ella lo miró confundida, sin entender a qué se refería exactamente.

— Murió. Un accidente de coche.

— Vaya —su voz sonó como un susurro—, lo siento.

Él sonrió e hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

— Lo hemos superado. Mi madre por fin empieza a sentirse mejor.

— Ya lo veo —alzó las cejas.

Ambos se quedaron entonces en silencio, observando cada escena que se sucedía en aquella habitación de paredes blancas y altas y decoración pija. Era curioso cómo la gente del pueblo acudía cada año a aquel encuentro, disfrazándose de quienes no eran y fingiendo por un día que todo había ido bien, que había sido un año estupendo.

Sin embargo, uno sólo de los jarrones decorativos de aquella estancia podía costar más que todas las pertenencias juntas de cualquiera de los invitados. La familia que vivía allí siempre celebraba aquella fiesta disfrazando sus ganas de lucirse con un interés amable por conocer mejor a sus vecinos. Cuando llegaba el dos de enero, sin embargo, se olvidaban de que dichos vecinos existían y no volvían a acordarse de ellos hasta el siguiente treinta y uno de diciembre.

Lo peor era que a todos les parecía genial. En realidad, nadie podía culparlos: todo el mundo da la bienvenida a la posibilidad de disfrazarse de otra persona por una noche.

— ¿Y tú? ¿Por qué estás sola?

Marta se encogió de hombros y dio otro trago a su Whisky.

— Mi madre decidió hace muchos años que era más interesante ir a bares y descubrir el resto del mundo que encargarse de su hija de cinco años. Mi padre está en casa, seguramente ya dormido. Casi no puede moverse del sofá. Me hizo venir con la excusa de que es de mala educación rechazar una invitación.

No despegó ni un momento la vista del vaso en su mano mientras hablaba. Cuando terminó, dio otro sorbo y miró a su compañero de bebida.

— Pero no importa. Me gusta estar sola.

Él asintió y dejó su copa ya terminada en la barra.

— ¿Quieres que me vaya entonces? —preguntó con una sonrisita.

Ella lo observó detenidamente. A diferencia de todos los hombres, que iban en traje, él llevaba unos chinos gris oscuro y un abrigo negro sobre una camisa de rayas burdeos y blancas. Era una persona interesante y, a diferencia de lo que solía ser común, no le provocaba mucho rechazo. Estaba siendo agradable hablar con él.

Negó con la cabeza.

— Está bien, puedes quedarte. Si quieres —añadió.

— Con mucho gusto.

Pidió que rellenasen ambas bebidas —Marta ya había acabado su segunda— y ambos siguieron en silencio unos minutos. Pero no era incómodo. Al final, él decidió hacer una observación:

— Bebes rápido.

— Cuando creces sin una madre controladora, sin una madre en general, y con un padre que no sabe cómo reaccionar ante una mujer adolescente, le coges el truco al alcohol. No estoy orgullosa —levanto las manos, como diciendo "es lo que hay"—, pero es lo que hay.

— Comprendo.

— ¿Tu novia no está aquí?

— Que va. Está de viaje.

Ella se quedó callada mirándolo, esperando a que siguiera hablando.

— Es directora de cine y su carrera está empezando a ascender a una velocidad que da miedo, así que no para de trabajar.

— ¿Directora de cine? ¿Pero cuántos años tiene? ¿Cuántos años tienes tú?

— Ella tiene treinta. Yo veintisiete.

— Vaya. ¿Tan joven y ya le va tan bien?

Él se encogió de hombros. Marta observó que le brillaban los ojos cuando hablaba de su novia y no pudo evitar pensar en Julia.

— Tiene mucho talento. También tiene contactos. Sus padres son los dueños de esta casa.

— Oh —exclamó Marta, alargando mucho la "o".

— Sí, lo sé. Pero ella no es como ellos. Como ya te he dicho, se parece bastante a ti.

— Pues entonces has tenido suerte, porque yo soy un partidazo.

— No lo dudo.

Ambos dieron un trago a sus respectivas bebidas. Marta, sin saber muy bien por qué, decidió hablar de Julia.

— Mi novia se llama Julia. Tiene un año menos que yo, veintiocho. Creo que le caerías bien.

— ¿Tampoco está aquí?

Negó con la cabeza.

— Hemos discutido y no ha querido acompañarme —puso una mueca triste—. De todos modos, ella no encaja en este ambiente. Yo tampoco encajo, pero puedo camuflarme.

— ¿Por qué no encaja?

Se encogió de hombros.

— Estas personas juzgan mucho. Ella es un alma libre. No le gusta adaptarse al mundo, sino que camina por encima sin mirar donde pisa. Dice que quiere moldearse a sí misma, no que otros lo hagan por ella.

— Creo que ella sí me caería bien a mí. También se llevaría bien con Sandra.

— ¿Tu novia? —preguntó Marta antes de dar un trago a su vaso. Antes no había dicho su nombre. Él asintió —. Podemos quedar un día los cuatro juntos. Cuando a Julia se le pase el enfado, claro.

Él rio y negó con la cabeza, como si pensara que aquella chica a la que acababa de conocer no tenía remedio.

— ¿Por qué está enfadada?

— Bueno, puede que le insistiera demasiado con que debería pasar más tiempo en casa. Vivimos juntas, pero ella siempre está en la editorial.

Pablo puso cara de confusión y esperó a que la chica terminara de explicarse, con la esperanza de así entenderla mejor.

— Ella es la jefa en una editorial y pasa demasiado tiempo allí. Yo también trabajo en ella. De hecho, creo que a mí me gusta más ese trabajo. El caso es que yo prefiero estar en casa, editando los textos que me mandan o escribiendo mi propio libro —se encogió de hombros—. A ella le va más lo de mandar que el tema literario, aunque también edita algunos libros de los que publicamos.

— Interesante. Y se ha enfadado porque tú quieres que pase más tiempo en casa. ¿Por eso no ha venido?

— Es muy testaruda.

— Un momento. Entonces tu padre vive con vosotras —no era una pregunta, sino una observación.

Ella asintió.

— Puede parecer raro, pero ambos se llevan genial. Creo que Julia quiere más a mi padre que al suyo. No me extraña, ese hombre es un cielo. He tenido suerte con él.

— Pues que bien que se lleven tanto. Mi madre y Sandra aún tienen algunos momentos en los que estoy seguro de que ambas piensan en arrancarle los pelos a la otra. Pero sé que en el fondo se quieren.

— Seguro que sí.

El teléfono de Pablo sonó en ese momento. Con un gesto de disculpas hacia su acompañante, descolgó y se lo acercó a la oreja.

— Hola amor. —Hizo una pausa—. Igualmente. ¿Cómo te va por allí? —Pausa—. ¿Ahora mismo acabáis de terminar de grabar? —Otra pausa—. Qué paliza. Yo también te quiero. —Una última pausa—. Adiós. Ten cuidado.

Colgó, guardó el móvil en el bolsillo de su abrigo y volvió a mirar a Marta.

— Eso ha sido rápido.

— Acaban de terminar de rodar. Ni se han dado cuenta de que ya han pasado las campanadas hasta que han parado y han mirado la hora. Agotador.

— Vaya, qué desastre.

— Ya ves. Estaba muy cansada. Me ha llamado para desearme un feliz año y decirme que ya se iba al hotel.

Ella asintió y dejó su copa ya terminada en la barra. Justo en ese momento, una cabeza llena de rastas se acercó corriendo entre la muchedumbre. Avanzaba como podía con unos tacones altísimos y un vestido verde que contrastaba con su pelo rosa.

— ¡Marta!

La joven se giró sorprendida justo a tiempo para recoger entre sus brazos a una chica más baja que ella que, con esos tacones, casi llegaba a su misma altura.

— ¿Julia? —preguntó confundida, apartándola para poder verle la cara—. ¿Qué haces aquí?

— Lo siento mucho —susurró la recién llegada, agarrando de la cara a su novia y plantándole después un beso que las dejó a ambas sin respiración—. Sabes que me pongo muy intensa a veces. Cuando ha terminado la cuenta atrás me he arrepentido mucho de no estar contigo, así que me he vestido rápidamente y he venido corriendo. Bueno, corriendo no, en coche, pero tú me entiendes.

Su voz sonaba alterada y entrecortada.

— Eh, eh —susurró Marta, cogiendo a su novia de la cara y dándole un pequeño beso, apenas rozando sus labios—. Está bien. No me importa. Ahora estás aquí.

Julia asintió.

— Te quiero. Feliz Año.

— Yo también te quiero, Julia. Feliz año.

Se dieron un último beso antes de separarse para que Marta pudiera presentar a Pablo.

— Juls, mi amor, éste es Pablo. Un... conocido, supongo.

— Encantado, Julia. Feliz año. —el chico extendió la mano y ella se le estrechó muy animada.

— Igualmente, a las dos cosas.

La chica sonrió tan intensamente que a Marta le pareció que había salido el sol en aquella habitación.

— Julia, dice Pablo que su novia se parece mucho a mí y yo le he dicho a él que estoy segura de que vosotros dos os llevaríais bien. Podríamos quedar un día los cuatro a cenar. ¿Qué te parece? —preguntó estrechando la cintura de su novia para pegarla bien a ella. Tenía muchas ganas de no separarse nunca.

Julia echó un brazo por la espalda de Marta y apoyó su cabeza en el hombro de ella mientras decía:

— Me parece un planazo, la verdad.

Los tres rieron y pidieron una copa cada uno, observando a toda la gente que seguía allí acumulada y sintiendo que no encajaban en aquel lugar pero que, sin embargo, se sentían muy cómodos con las personas con las que estaban hablando en ese momento.

Publicado en Wattpad (@Alba_Amador) el 31 de diciembre de 2020.


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